Contrariamente a lo que dicen ciertos ambientalistas, la actividad minera y otras producciones son compatibles.

Los movimientos antimineros, impulsados por el ambientalismo ideológico, hicieron del agua una bandera de lucha en defensa de la incompatibilidad con la extracción metalífera manejada con cianuro, frente al agro y la supervivencia humana ante un elemento cada vez más escaso y contaminado.

De allí que el fundamentalismo ecológico haya sentenciado que la minería terminará con el resto de la actividad económica regional, sin sostenerse en el rigor científico. Contrariamente a estos embates, la actividad que más agua consume es la agricultura, ya que se necesitan alrededor de 0,253 litros de agua por segundo por hectárea sembrada, por ejemplo de vid, olivos y frutales. Comparativamente, la mina más grande de la Argentina, que consume 254 litros por segundo, equivale a una finca de 1.000 hectáreas.

Las críticas señalan que el consumo minero deteriora la calidad del agua por efecto de los procesos de lixiviación, una cuestión que también los hechos desmienten. Una muestra de integración industrial es el emprendimiento de una pyme de Santa Cruz, que ha iniciado el embotellamiento de agua natural proveniente de un manantial ubicado aguas abajo del yacimiento Cerro Vanguardia que comenzó la etapa de producción de oro y plata a fines de septiembre de 1998 y continúa con el proyecto de recursos geológicos del orden de 13.000.000 toneladas con una estimación de reservas de 3.200.000 onzas de oro.

Esa minera ha financiado la planta de agua mineral “Nao Victoria\’\', luego de la aprobación satisfactoria de los análisis químicos, bromatológicos y de calidad, demostrando ser un producto altamente recomendable para el consumo humano. Además, la mina le compra a la embotelladora su primera producción en bidones y dispensers hasta que la firma se afiance económicamente y se lance al mercado nacional. Esta asociación de Cerro Vanguardia con el ganadero local Carlos Walker, y el apoyo del Gobierno santacruceño, para levantar la planta en las tomas ubicadas 60 kilómetros aguas abajo del yacimiento, revela que no existe contaminación de ningún tipo en los acuíferos de superficie y subterráneos por la actividad minera que se desarrolla desde hace más de una década.

Pero es la proyección económica la que sepulta la falacia ambientalista. La minería en Catamarca consume una ínfima cantidad de agua sin limitar los cultivos, pero significa el 55% de la producción de esa provincia y aporta el 40% de los ingresos tributarios, sin los cuales el déficit fiscal sería caótico.

Diario de Cuyo